La metamorfosis de la grasa. Historia de la obesidad
georges vigarello
Traducción de Elisenda Julibert. Península. 368 pp., 24'50 e.
Bernabé SARABIA | Publicado el 16/12/2011 | Ver el número en PDF
El
individuo es su aspecto. Con esta rotundidad afirma Georges Vigarello
que en el inicio del siglo XXI el núcleo de la identidad personal reside
en el cuerpo. Conocía el lector a Vigarello por su excelente trabajo con Alain Corbin y Jean-Jacques Courtine en la edición de la monumental Historia del cuerpo vertida al español publicada por la editorial Taurus en 2005.
En su última propuesta -la edición francesa es del año pasado- ofrece al
lector una historia de la obesidad desde la Edad Media hasta el siglo
XX. Al historiar el papel de la grasa en la morfología del cuerpo a lo
largo del tiempo, Vigarello -director de investigación en la Escuela de
Altos Estudios en Ciencias Sociales de París- aporta una visión cultural
en la que despliega su denso saber sobre la belleza corporal.
Si empezamos a leer La metamorfosis de la grasa por el último
capítulo sabremos que la obesidad se ha convertido en un potenciador de
enfermedades capaz de tomar la forma de epidemia. La
hipertensión es tres o cuatro veces más frecuente en las personas obesas
o con sobrepeso. La diabetes, entre cuatro y nueve veces. A
esto añade Vigarello que existe una relación “prácticamente directa”
entre el índice de masa corporal y la mortalidad. La “nueva enfermedad
francesa” costará al contribuyente 14 millones de euros en 2020. La
persona “obesa” genera el doble de gasto sanitario que la persona
“normal”.
El prestigio de la gordura ocupa muy poco espacio en el recorrido
histórico que nos ofrece Georges Vigarello. Tan sólo durante los siglos
centrales de la Edad Media la salud y el prestigio se asocian con llenar
la barriga. En torno al año 1300 el hambre está muy presente en
la vida cotidiana de los europeos. El festín desmedido y sus
consecuencias corporales se relacionan con poder y prestigio.
Los “excesos” alimenticios pasan, sin embargo, factura y la terrible
gota es una de las consecuencias que acabarán por desmontar la efímera
gloria seductora del gordo.
Con la llegada del Renacimiento el horizonte cultural se transforma y la
obesidad se interpreta como torpeza, holgazanería o estulticia. La
indolencia no en- caja en los ideales renacentistas, pero adelgazar no
existe todavía como problema individual o social. El cuerpo femenino sigue escondido, no importan aún las caderas o las piernas. No existe la costumbre de pesarse.
La Ilustración dirige la crítica del exceso de grasa hacia la
impotencia. Al obeso se le imputa esterilidad pero a la vez los avances
médicos van estableciendo matices y queda clara la existencia de
distintos tipos de sobrepeso. Aunque a las mujeres se les exige talle
reducido y ligereza, a los hombres se les tolera cierta “densidad”. El
abdomen prominente todavía se tolera en los que mandan y en los que
tienen dinero u otras formas de poder. Con el transcurso de la
Ilustración los europeos descubren, como señala Vigarello, la “fibra”.
La “fibra” significa la preocupación por el vigor de los individuos y de
las naciones. Comienza el interés por los tónicos, las aplicaciones
eléctricas para mitigar la grasa y los baños estimulantes. El ejercicio
se dirige contra el vientre burgués. En el siglo XIX se extiende
el ocio, las mujeres tienen estatus más activos y aparece un nuevo
sentido de la intimidad y la desnudez. Los espejos y la
fotografía registran la nueva corporalidad femenina. Al mismo tiempo
aparecen con fuerza las dietas para adelgazar. El siglo pasado no hace
sino aumentar la exigencia de delgadez y, como señala Vigarello en estas
densas y brillantes páginas, nuestro “cogito” se hace corporal.